Elena abrió una panadería con muchas ideas: quería vender de todo, desde panes especiales, bocadillos gourmet y hasta pasteles personalizados. Al principio, todo sonaba bien, pero pronto se dio cuenta de que el sacrificio no se notaba en el saldo del banco y no hacía más que poner dinero. Mucho ruido y pocas nueces.

Tras un año de dolor, Elena, ante la disyuntiva de pedir otro préstamo o tragarse su ego, decidió simplificar. Hizo el 80/20. Analizó qué productos se vendían rápido, con buen margen y cuáles no. Entonces, dejó de hacer los que daban mucho trabajo y se enfocó en los más vendidos y fáciles de preparar. Eso sí, atendiendo siempre a los clientes con una sugerencia personal y su inconfundible y sincera sonrisa.

Las ventas han crecido, los clientes están contentos y repiten. El trabajo en el obrador se ha hecho más llevadero para todos y Elena, hasta puede amortizar deuda;)

La historia de la panadería de Elena nos demuestra que hacer menos, pero bien puede ser mucho mejor. Simplificar le ayudó a mejorar su negocio y a trabajar de manera más tranquila.

A menudo he cometido el clásico error al pensar que si una cosa no me cuesta, no vale la pena: «no pain, no gain. Bullshit!«. Pensamos que los retos difíciles son los que valen porque nos exigen más, pero también nos vacian y anulan.

¿Y si realmente no es así? A diario me encuentro con casos como este y confieso que la mayoría de ellos son fruto de la inexperiencia o bien que el CEO es complicado de narices. Lo primero tiene solución. Lo segundo, no.

Piénsalo: «Si no es fácil, no lo hagas».

Es sencillo: si siempre te estás dando cabezazos contra la pared, es muy probable que vayas por el camino equivocado. Cuando las cosas chirrían hay que parar y pensar. ¿Por qué no gano dinero? ¿Por qué me cuesta tanto? Igual da un cliente, que un proveedor o un empleado. Esa es la mejor pista para corregir el plan. No te fustigues. La clave está en saber distinguir entre el esfuerzo que nos lleva a algo bueno y el que solo nos desgasta. Una cosa es el dolor puntual y otra muy distinta, el sufrimiento perpetuo, que supone un mal resultado.

¿Cómo aplicar esto en el día a día? Aceptando que está bien abandonar proyectos que, aunque nos cuesten mucho, no nos llevan a nada. No tiene sentido forzar las cosas. Si algo no va bien después de intentarlo, es mejor pensar en otras opciones. Mirando atrás, me doy cuenta de que muchas de las cosas que mejor me han funcionado han sido las más sencillas, las que fluyeron sin fricción. Suavecito…

Recuerda, lo complejo es sinónimo de problemas.

Simplifica. Aleja la complejidad de tu vida. No dejes que nada ni nadie te complique.

Mide.

Simplifica.

Gana dinero.

Te invito a pensar: ¿Estás gastando tiempo y dinero en proyectos que podrías evitar? A veces, lo más fácil es también lo más efectivo. Simplifica, evita complicarte demasiado.

Espero que aterrices esta reflexión a tu caso y te ayude a tomar mejores decisiones.

Feliz día.