El otro día, mientras recibía en casa el pedido de Mercadona, entre bolsa y bolsa, Juan me contó su historia:

—»¿Y cómo acabaste de repartidor?»

“Hazte repartidor de Mercadona.” Eso fue lo que me soltó mi mujer después de meses de ver cómo mi empresa de reparto no tiraba ni a la de tres. Tenía el sueño de ser mi propio jefe, de petarlo, de hacerme rico. Pero el éxito… no llegaba. Ni un euro. Lo único que sí llegó fue la frustración. Y, claro, las broncas.

Al principio, nos lo tomábamos a risa. “Oye, Juan, igual terminas llevando los pedidos de Amazon a Jeff Bezos”, decía ella para quitarle hierro al asunto. Pero con el tiempo, las risas se fueron. Las bromas acabaron, y empezamos a hablar en serio. Los números no engañaban. No podíamos seguir así. Yo no quería reconocerlo, pero la realidad es la que es.

El problema no era solo el dinero, era lo que nos estaba jodiendo a nosotros. Las noches en silencio, dormir de culo, las miradas que evitábamos, como si todo fuese a explotar en cualquier momento. Estábamos al límite. A punto de perder lo más importante por perseguir un sueño que ya parecía más una pesadilla absurda que otra cosa.

Así que un día, me rendí. La cabeza me hizo «clic» por agotamiento. Dije que sí. Acepté el curro de repartidor en Mercadona. Casi 1.800 pavos y 14 pagas en una buena empresa. No fue fácil tragarme el orgullo, pero algo cambió. Dejé de sentir esa presión constante de tener que «triunfar» a lo grande. Y lo mejor de todo, mi relación mejoró. Volvimos a reír, sin esas tensiones, sin tirarnos los trastos a la cabeza.

No soy millonario. No he salido en Forbes. Pero ya no me paso las noches en vela pensando si voy a perderlo todo.

Joder, Juan, ¡qué pasada de historia! Gracias por compartirla. Te veo la semana que viene, ¿vale?

A veces, fracasar no es el problema, el problema es no saber cuándo parar. Tomarte un respiro y soltar, eso, al final, es lo que te salva.

La vida no se trata de llegar a ser millonario, sino de llegar a fin de mes con la cabeza en su sitio. Porque el éxito no siempre se mide por el saldo de tu banco, sino por saber cuándo es hora de cambiar de estrategia… o de trabajo.