Un buen consultor no es tu amigo, es tu espejo incómodo. Tu Pepito Grillo particular.

Un buen consultor no edulcora la realidad. La señala, aunque duela, porque sabe que esa incomodidad es el motor de la mejora y del cambio.

Escenario: Una empresa familiar con baja rentabilidad. El CEO insiste en mantener a un familiar en un puesto clave, a pesar de su bajo rendimiento.

Versión cómoda: Consultor: “Entiendo que es un tema sensible. Tal vez podríamos pensar en formarlo o buscar formas de adaptarlo al puesto. Al final, la familia es lo primero, y seguro encontraremos la manera de mantener el equilibrio.”
Resultado: Todos contentos, pero el problema sigue ahí. El negocio no mejora porque las decisiones siguen siendo dictadas por emociones, no por resultados.

Versión incómoda: Consultor: “Mantener a esta persona en el puesto está afectando los resultados del negocio y al equipo. Si quieres priorizar el crecimiento sostenible, necesitas tomar una decisión difícil: redefinir su rol o, si no encaja, buscar a alguien más adecuado para ese puesto. “No hacerlo pone en riesgo a toda la empresa.”

Resultado: El CEO se siente atacado, hay incomodidad, pero se abre un debate real sobre lo que más beneficia al negocio. ¿Familia o empresa? La empresa evoluciona.

 

Si después de una sesión de consultoría todo sigue igual, te han vendido humo.

Un buen consultor no está para aplaudir tus ideas ni para reforzar tus certezas. Está para incomodarte, para señalar lo que no quieres ver, para hacerte cuestionar lo que das por hecho.

Es como las agujetas después de un buen entrenamiento: duelen, pero son la señal de que algo está cambiando.

Un CEO de verdad no busca un palmero que le dé la razón. Busca alguien que lo rete, que lo saque de su zona de confort, que le haga ver que sus tradiciones, sus «siempre se ha hecho así», son, muchas veces, lo que lo está frenando.

La incomodidad es el precio del crecimiento. Y si tu consultor no te la está provocando, no está haciendo su trabajo.

 

Preguntas para el sillón de pensar:

  • ¿Cuánto tiempo y recursos estás perdiendo por mantener decisiones basadas en vínculos emocionales en lugar de resultados objetivos?
  • Si tomaras decisiones basadas en el talento y no en los nombres, ¿cuánto más podría crecer tu empresa en los próximos seis meses?
  • ¿Estás dispuesto a hacer los ajustes incómodos hoy para garantizar que tu negocio siga siendo sostenible mañana?

Un buen consultor no busca el aplauso, busca las respuestas reales. Y esas siempre nacen de las preguntas incómodas.

¿Tu consultor te reta o simplemente te acompaña? Ahí está la diferencia entre crecer de verdad o seguir donde siempre.