Trabajar sin sistema es como afeitarse con una cuchilla oxidada

Hoy llueve. Estoy en el gimnasio.

Después de correr, me ducho, cojo la toalla y me planto frente al espejo con mi súper Gillette y la cara llena de espuma.

Seis hojas. Cabezal basculante. Banda lubricante.
Cero esfuerzo. Pasa por la piel como si flotara.
Corte limpio. Sin pensar.

Porque cuando tienes un buen sistema… todo va como la seda.

A mi lado, Josep, 82 años, un máquina, se está afeitando también.

— En mi época, una hoja oxidada… y a correr —me dice—
— ¿Y cortes, qué? —le pregunto.
— Uno cada mañana, Álvaro. Pero mi padre aún lo tenía mucho peor…

Y entonces pienso que tener un sistema no es suficiente. Que lo importante es ir puliéndolo hasta que funciona como una buena Gillette.

Con precisión. Suave. Sin que te hagas daño.

Al principio, te cortas. Te pasas de apurado o te quedas corto. Te dejas zonas sin repasar y dedicas más tiempo. Pero poco a poco, lo ajustas. Y un día… todo encaja. Ganas tiempo. Ganas precisión. Te sientes hasta más guapo.

Igual que en la empresa.

Al principio, el sistema es muy básico. Pero si lo revisas, lo corriges, lo mejoras… llega un día en que todo va mucho mejor. Casi como la seda.

Un ejemplo: cuando tú no estás, pero aun así:

– El parte diario aparece en Drive antes de las 9.
– Las compras se lanzan solas al alcanzar el punto de pedido de stock mínimo.
– Los clientes reciben respuesta en menos de 2 horas.
– Y las devoluciones se gestionan sin llamadas, sin líos, sin que tú las tengas que autorizar.

Eso, amigo mío, es un sistema que funciona. Esa es tu Gillette. Y ese es tu mejor legado.

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