El griego Diógenes de Sinope (404–323 a. C.) fue un filósofo cínico (esos que creen que la felicidad venía dada siguiendo una vida libre, simple¿Recuerdas cuándo empezaste en tu negocio? ¿Recuerdas esa primera venta? ¿Recuerdas cuándo tu primer cliente te ayuda a diseñar tu primer producto o servicio aportando un feedback constante sobre lo que quería y sobre cuánto estaba dispuesto a pagar por él? Traslada esa misma experiencia o sensación a tu primer empleado o a tu primer proveedor. ¿Qué ha pasado desde... Más y acorde con la naturaleza), un sabio que vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, durmiendo en un barril como el que vemos en la pintura de Gêrome.
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EXT. CORINTO. DÍA.
DIÓGENES toma el sol fuera del gimnasio cuando se ve rodeado por un montón de ciudadanos.
Entre ellos surge el rey ALEJANDRO Magno, acompañado de su escolta, y se pone frente a DIÓGENES.
ALEJANDRO: Soy Alejandro Magno.
DIÓGENES: Y yo, Diógenes el perro.
Murmullos de asombro (nadie se atreve a hablarle así al rey).
ALEJANDRO: ¿Por qué te llaman Diógenes el perro?
DIÓGENES: Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y a los malos les muerdo.
Dobles murmullos.
ALEJANDRO: Pídeme lo que quieras.
DIÓGENES: Quítate de donde estás que me tapas el sol.
Exclamación generalizada.
ALEJANDRO: (sorprendido) ¿No me temes?
DIÓGENES: Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?
ALEJANDRO: Me considero un buen hombre.
DIÓGENES: Entonces… ¿Por qué habría de temerte?
Escándalo. La gente alucina.
ALEJANDRO pide silencio.
ALEJANDRO: ¡Silencio…! ¿Sabéis qué os digo todos? Que si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes.